Las palabras, en cualquier conflicto, no salen bien paradas. Son moldeadas, manipuladas, adaptadas e intercambiadas para alimentar uno u otro argumento, y los informadores debemos llevar al extremo el rigor y el cuidado para tratar de que expresen la realidad de la mejor manera posible.
Un ejemplo de esto ha sido, este año, la conmemoración del 50 aniversario de la Guerra de los Seis Días (1967), que ganó Israel y que dio lugar al comienzo de la ocupación de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, parte de los Altos del Golán (Siria) y parte del Sinaí egipcio (devuelto en 1979 tras un tratado de paz). Las autoridades israelíes celebraron por todo lo alto lo que denominaron “El jubileo de la liberación de Judea, Samaria, el Valle del Jordán y los Altos del Golán”, utilizando los nombres bíblicos para el territorio de Cisjordania. También se celebró, en junio, la llamada “Reunificación de Jerusalén”, una denominación que obvia que la comunidad internacional no reconoce ni la ocupación ni la anexión de la parte oriental de la ciudad. Los periodistas no podemos referirnos a sucesos con unos términos determinados sin aclarar que estos son utilizados solo por una de las partes y sin explicar cual es la posición del mundo ante ellos.
Las diferencias en las nomenclaturas elegidas para describir el conflicto nos exponen a quejas constantes de una u otra de las partes, que consideran que los medios no reflejan su posición o tratan de ocultarla.
Israel, por ejemplo, insiste en que denominemos el muro de Cisjordania como una “Barrera Defensiva” o valla, argumentando que en la mayor parte de su recorrido no es un muro. Los palestinos insisten en que se denomine “Muro del Apartheid”, que separa poblaciones y les aisla de sus tierras. Es cierto que en la mayor parte de su recorrido no es muro, pero también que no es tampoco una simple verja, porque está compuesta de múltiples alambradas con carreteras en medio y alrededor y se convierte en un muro de hormigón de hasta ocho metros de altura a su paso por las poblaciones civiles, donde más impacto provoca. Desde el punto de vista internacional, lo más relevante no es que haya una barrera separadora, sino su recorrido, y el hecho de que no esté sobre la divisoria reconocida internacionalmente y penetre en territorio palestino. Esto nos lleva a otros dos términos en disputa: la Línea Verde y la denominación de los territorios. Grupos de presión israelíes insisten a los periodistas en que no hablen de las “fronteras del 67”, argumentando que la Línea Verde era tan solo “una línea de armisticio” de la guerra de 1948. La ONU, la UE, y buena parte de la comunidad internacional, sin embargo, hacen referencia continuamente a las “fronteras del 67” o la “línea del 67”. Y hablan de Territorio Palestino Ocupado, mientras grupos pro-israelíes insisten en que no se hable de “territorio palestino”, sino solamente de “territorio ocupado”. El argumento es que decir “palestino” supone una toma de posición, pero no ponerlo supone ocultar que el territorio está ocupado a una población, la palestina, que reclama su estado en esas tierras. Tampoco gusta a una parte oír “territorio ocupado” y prefiere señalar “territorio en disputa”, opción que eligen algunos medios y que los palestinos denuncian que trata de “minimizar” la ocupación y sus consecuencias. También existe un debate sobre si se trata de un “territorio” o de varios “territorios” y si se puede hablar de Gaza como un lugar “ocupado” cuando no hay ni tropas ni civiles israelíes en su interior.
Como en todos los conflictos, el término “terrorista” también está disputado. Unos incriminan por no usarlo y otros por usarlo. Medios y autoridades israelíes tachan de terrorista, por ejemplo, a una niña de 13 años armada con unas tijeras y que ataca con ellas a un civil. Un hecho que, por grave que sea, no se corresponde con el empleo que se le da a esta palabra en otros países.
Llamar “Monte del Templo” o “Mezquita de Al Aqsa” o “Noble Santuario” a la Explanada de las mezquitas, y remarcar que es sagrado solo para unos sin mencionar a los otros, puede suponer una toma de posición.
“Resistencia”, “mártir”, “pacifista”, “popular”, “moderado”, “extremista” o “islamista” son algunos de los muchos vocablos que hay que usar (o no usar) con extremo cuidado, por lo que significan para cada una de las partes y por cómo los interpretan los que están fuera.
Escribir, en Jerusalén, obliga a un esfuerzo constante para encontrar siempre la palabra precisa, el lenguaje más equilibrado, más riguroso y más claro. Un esfuerzo que no siempre es reconocido por las partes, que echan a menudo en falta su propia narrativa y lenguaje.
Sílvia Alonso, freelance española en Jerusalén.
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