Las palabras, en cualquier conflicto, no salen bien paradas. Son moldeadas, manipuladas, adaptadas e intercambiadas para alimentar uno u otro argumento, y los informadores debemos llevar al extremo el rigor y el cuidado para tratar de que expresen la realidad de la mejor manera posible.
Un ejemplo de esto ha sido, este año, la conmemoración del 50 aniversario de la Guerra de los Seis Días (1967), que ganó Israel y que dio lugar al comienzo de la ocupación de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, parte de los Altos del Golán (Siria) y parte del Sinaí egipcio (devuelto en 1979 tras un tratado de paz). Las autoridades israelíes celebraron por todo lo alto lo que denominaron “El jubileo de la liberación de Judea, Samaria, el Valle del Jordán y los Altos del Golán”, utilizando los nombres bíblicos para el territorio de Cisjordania. También se celebró, en junio, la llamada “Reunificación de Jerusalén”, una denominación que obvia que la comunidad internacional no reconoce ni la ocupación ni la anexión de la parte oriental de la ciudad. Los periodistas no podemos referirnos a sucesos con unos términos determinados sin aclarar que estos son utilizados solo por una de las partes y sin explicar cual es la posición del mundo ante ellos.